Hey, para todos aquellos que sean novatos en la lectura de mis reseñas (sobre todo la gente del master), les anticipo que a veces suelo utilizar un lenguaje muy ácido y presuntamente agresivo. La realidad es que suelo usar mucho el sarcasmo y el ridículo como recursos literarios para agregarle un poco de salero a mis escritos. En verdad, si alguien se siente ofendido por algo que he escrito que me lo haga saber de inmediato. Lo que pasará es que tendrán que aguantarse, pues este es mi Blog y yo puedo escribir en él lo que quiera. Y no me pidan que quite fotos ridículas de ustedes, porque incluso yo pongo fotos ridículas mías (en la vida hay que reírse un poco, no?). He dicho.
En esta ocasión las fotos las pueden encontrar en http://www.flickr.com/photos/28343015@N06/sets/72157606011578265/. Nota: Las fotos de las entradas anteriores ya no están disponibles porque me borraron mi cuenta de Yahoo Photos por poner contenído explícito.
Primera llamada, primera.Segunda llamada, segunda.
Tercera llamada, tercera. Comenzamos…
Todo inició el jueves 8 de mayo de 2008. Era un día frío y escabroso. Salí de casa sin abrigo alguno y ni la neblina, lluvia helada ni los lobos, al igual que en la película “300 Spartans”, me detuvieron, para cumplir mi promesa: llegaría a las oficinas de Pepe Car (sucursal Puerta de Atocha) a las 8:30am, bien dormido y sin síntomas de haber ingerido alcohol la noche anterior. El objetivo: ser el conductor designado para transportar a 8 de los 18 camaradas que iríamos hacia el sur de España, a una actividad de integración grupal, emprendida y coordinada por Carmen (sí, la de Badajó), particularmente a Sevilla.
Eran ya las 8:45am y no había el menor indicio de que el resto de los asistentes se presentaran. Al cabo de algunos minutos, arribaron los primeros pasajeros: Regina Dos Santos, Melimu y Juanillo. Poco después apareció también la ya afamada Kathy-lín, Mamen (Carmen; sí, la de Badajó), Guille Iglesias y el resto de los ocupantes. Acto seguido, fuimos a hacer los trámites necesarios para abordar las furgonetas, pero oh sorpresa, el conductor designado, o sea yo, no podía conducir debido a que las políticas de la empresa prohíben conducir a extranjeros con más de 6 (seis) meses en España, de manera que eso resultó un alivio para mi, pues como se describe más adelante, eso tuvo sus recompensas, entre otras cosas, porque no tuve que preocuparme por el estacionamiento (o Parking como le llaman en la península ibérica), ni qué haría con la furgo de regreso; el ansia que me consumía era que habíamos propuesto devolver los vehículos hasta el lunes siguiente, pero en España el “parking” es un problema y tienes que echarle monedas al parquímetro cada X horas, si es que encuentras lugar. En resumen, que no tuve que preocuparme por dejar la furgoneta en el Bronx de Madrid (o sea, el barrio donde vivo).
Al final, dos ávidos emprendedores entraron al quite y se ofrecieron como conductores, siendo Guille, Jorge Ferrer y yo, el piloto, vice-piloto y copiloto respectivamente, los que íbamos al mando de la cabina, procurando el bienestar de los pasajeros aprovechando las habilidades de cada uno:
- Guille: experto en la conducción de vehículos tipo tractor y redilas.
- Jorge: experto en conducción de vehículos deportivos familiares.
- Yo: experto en coordinación de contingencias, señalizaciones y normas viales, además de conductor de todo tipo de vehículos deportivos (Vochos, Tsurus, diablitos de la Merced, avalanchas, bicicletas “Vagabundo” y todo lo que se deje). Ja, esto último seguro que sólo los mexicanos lo entienden.
Después de llenar el tanque de las furgos, inmediatamente me puse el traje de Coordinador de Contingencias, previendo cualquier eventualidad, como se observa en la foto n501172745_919792_7348, y dejamos Madrid.
Cabe mencionar que Guille se ponía nervioso cada vez que veía a un guardia civil. La última vez que eso sucedió, le inquirimos la causa de su estado. Su respuesta fue conmocionante: estaba preocupado porque conducía una furgoneta llena de latinoamericanos indocumentados, a la imagen y semejanza de las “pateras” (parecidas a las balsas cubanas que van a Miami), provenientes del África Subsahariana.
Yo era el encargado del control musical, pero al vice-piloto no le gustaba el Brit-Rock (porque no entiende inglés), a pesar de que al resto de la peña sí que le gustaban canciones míticas como “La Sinfonía Agridulce”, ”Relojes” , “Moisés” o “Ahí les va el miedo”, sin albur, (los títulos originales fueron traducidos al castellano para seguir la tradición española, siendo The Bittersweet Simphony, Clocks, Moses y There Goes the Fear el nombre original de las canciones), de manera que en lugar de disfrutar de música con calidad digital y los cantos al unísono de Regina, hubimos de escuchar la mala recepción de la radio local.
El camino transcurrió entre paisajes provinciales, llenos de colorido, contrastando el marrón de la noble tierra y el verde de los olivos sureños, además de las risas y amena conversación de la tripulación en cabina. El resto de los pasajeros prefirió echarse una jetita (para los no-mexicans, jeta, es echar la siesta), destacando la participación de George (el colombiano) por dormir en posición de relajación tipo yoga, como se aprecia en la foto DSC00142.
Después de un rato, todo mundo despertó y paramos en un restaurante de carretera a comer algo y sobre todo a comprar provisiones para el resto del camino. Justo en ese momento, el buen Mario Wey, aprovechó para robarse tres vasos con hielo para empezar a consumir la botella de whisky que llevaba como respaldo, por si quedábamos atrapados en una tormenta de nieve. Vimos que la tormenta de nieve no era muy probable que se diera lugar, de manera que Mario comenzó a emborracharme (otra de las ventajas de no ser conductor “resignado”) con un whisky triple en las rocas (a pelo, como lo bebemos los machos mexicanos) y así al final variamos un poco el ambiente al retomar carretera, con un folklore sureño al estilo musical sevillano. Ese fue apenas el comienzo de nuestra aventura, cuando entre amena plática y alguna que otra escala técnica, al fin llegamos a la maravillosa ciudad de Ishbiliya (nombre con el que se le conociera en antaño, durante el régimen abadí en Al-Ándalus, a lo que hoy se llama Sevilla).
Aparcamos las dos furgonetas que transportaban a los 18 turistas alcohólicos (bueno 17 ½, jajaja) que partimos desde Madrid y nos dispusimos a ser guiados por Carmen (sí, la de Badajó) hacia nuestro hostal al puro estilo Serene Groove (si no saben qué es Serene Groove, revisen los capítulos I a III del presente Blog). Al llegar, nos esperaba una amable viejecilla, quien para nuestra sorpresa saludó a Mario Wey con una soltura y una calidez que nos hizo pensar que Mario no era la primera vez que visitaba Sevilla y en particular, aquel edificio. No diré a quién le toco, pero había una habitación especial con espejos a la altura de la cabecera, cama de agua, frazadas de terciopelo rojo carmesí y sábanas de seda sintética.
Dejamos nuestras pertenencias después de que algunos se ducharon (excepto los machos, a los que nos gusta emanar virilidad y no nos duchamos), fuimos “a por” nuestras primeras cañas a la Plaza del Perú (o de algún país latinoamericano que no recuerdo), pero después de un par, la tripa ya nos empezaba a rugir, de manera que nos dispusimos a ir de tapas, donde fuimos bien atendidos y saciados nuestros instintos de gula.
Era ya tarde y necesitábamos un buen digestivo, de manera que fuimos a buscar un bar típico para calmar con alcohol, la llenura de los platillos locales sevillanos. Fue en ese sitio, donde por fin, conocimos al Néhhhtor (o Ernesto, como también se le conoce), que para quien no lo conozca, es el novio de Carmen (sí, la de Badajó). Estuvimos charlando un rato, Regina ligando con uno de los amigos del Néhhhtor, Mario ligando también con un par de inglesas, hasta que finalmente la luna hizo su aparición y nos fuimos a disfrutar de nuestra primera noche sevillana a una discoteca, curiosamente llamada “El Bestiario”. Háganme el desgraciado favor!!! A quién se le ocurre ponerle Bestiario a una discoteca?.
En fin, que estuvimos bailando animosamente y de cuando en cuando, si la canción lo ameritaba, replicábamos aquellas tardeadas de “slam e industrial”, saltando como chapulines (o saltamontes, como dicen por acá) entre la multitud.
Finalmente, algunos caímos en las redes de Morfeo y decidimos abandonar el local para ir a casa. Algunos otros, más osados, se quedaron a seguir bebiendo, cantar por las calles de Sevilla, asistir a bares gay y a tocar los bongós. El que entendió, entendió y el que no, pus no. Esto es como nos dice el buen “R”, nuestro profesor de Jurídico y Fiscal: “En derecho, lo que es es y lo que no es, no es”. Ya lo rezaba sabiamente el buen Guille: “Si somos la octava escuela de negocios del mundo, cómo será la novena?”, jajajajaja.
Los que nos retiramos fuimos a buscar algo de comer, ya que el buen Gabo tenía un apetito voraz. Ya era muy tarde y lo único que encontramos abierto fue un Quentaqui Fray Chiquen (traducido al castellano-sevillano; por cierto, hay rumores de que el local pertenece a la orden de los frailes Chiquenitas descalzos), donde el buen Paquirri (el mexicano), quería darnos unas clases de estrategia y negociación. Su propósito era obtener el pollo gratis, justo como aprendimos que podemos obtener tarifas ventajosas en cualquier hotel de nuestra elección, sabiéndolo negociar. Sin embargo, fuimos testigos que la clase 8 de Estrategia (justo a la que no fue Paco) le hizo mucha falta, ya que no fue capaz de convencer a la cajera de que el pollo representaba un coste de obsolescencia altísimo y por ende irrecuperable para KFC; vamos que la cajera se dio el lujo de cobrarle 1 euro por ir al baño, sin tener que haber pagado una buena pasta en un master para aprender a hacer eso.
El día, o más bien la noche, se acercaba a su fin así que directitos al hostal. Por mi parte, no podía dormir tranquilo ya que yo tenía la única llave del cuarto y Raimundo “el abuelo” Carvallo (sí, el de “básicamente”, “de alguna manera…”) me tenía con pendiente pues ya era muy tarde para que una persona de su edad estuviese aún en la calle. Por ahí de las 5:00am escuché unas voces con matices de alcohol y efectivamente, eran los audaces que se quedaron por la noche sevillana, entre ellos, el desaparecido, a quien le abrí la puerta y de ahí a dormir como costales de papas hasta el otro día a las 10:00am cuando a Paquirri se le ocurre gritar cual Vecindad del Chavo del 8, despertando a propios y extraños y entablando conversaciones de balcón a balcón.
Después de una merecida ducha, nos dispusimos a ir a desayunar y lo hicimos en el primer restorán-bar que encontramos abierto. En verdad que la vida te da muchas enseñanzas todos los días. Aquel día aprendí que siempre debo ordenar antes que Regina, pues casualmente siempre se le antoja todo lo que yo pido. En esa ocasión no le puse ninguna objeción ya que últimamente ella había estado comiendo muy mal y sufría de desmayos repentinos. Lo peor de todo era que a aquel viaje no asistió su “Bodyguard”, es decir, Iñigo “el Camarada” Fika, de manera que antes que dejarla tirada en el suelo e irme a visitar Sevilla, preferí que se alimentara sanamente (jajajaja, parece que a lo lejos puedo escuchar un: “Marquillo… eres malo” y a un grillo también).
Acto seguido, partimos de la mano de alguien que ha vivido varios años en Sevilla, de manera que no pudimos encontrar mejor guía de turistas: Don Chema, el del kiosco de periódicos a quien le solicitamos algunas indicaciones. Ja, no. En realidad un grupo reducido nos fuimos con Carmen (sí, la de Badajó), quien animosamente nos explicaba cada uno de los sitios turísticos y una breve historia de los mismos, mientras Mario Wey hacía lagartijas y dominadas (flexiones y barras respectivamente, para los españoles) en cada sitio que podía, al tiempo que mostraba sus “tumores” y su “gran corazón” a cuanta chica guapa se le ponía enfrente, bien ataviado con su traje de “lanchero de Acapulco” como se aprecia en la foto n501172745_919826_8000. De esta manera visitamos la Plaza Central (espero que se llame así) y la catedral, mientras nos explicaba la historia de la réplica de la veleta, para finalmente entrar en el recinto sagrado. Como es costumbre por España, te cobran al entrar a casi cualquier iglesia (motivo de más por el que no suelo ir a misa por acá; bueno, en México tampoco), pero hacían un jugoso descuento a todos aquellos estudiantes menores de 25 años (como lo éramos todos). A los únicos a los que no les creyeron fue al club de la tercera edad: Sciaccaluga, Mario Wey y Siucho. Después de admirar las obras de arte sacro y la magnificencia de la arquitectura cristiano-musulmana, subimos a La Giralda, donde tomamos unas fotos que mostraban una vista espectacular del paisaje sevillano. Mario por su parte, nuevamente se puso a mostrar sus tumores y gran corazón a unas chicas italianas que estaban en la cumbre.
Al salir de la catedral, nos encontramos con Arturo “el Cubano” Cepeda (“quééé???”) y nos dispusimos a ir al Alcázar, pero como somos estudiantes y no tenemos dinero (excepto Siucho, quien es un gran heredero), preferimos ahorrarnos la cuota de entrada e invertirla en otros menesteres más provechosos, como unas cañas y sangría sevillana, aunque Carmen, la de Badajó, nos dijo que esto último solo lo beben los guiris, pero como de cualquier forma éramos extranjeros, nos dio igual. Empezamos nuevamente a tapear en el tradicional barrio de Santa Cruz con un poco de jamoncito ibérico, champiñones, calamares rebozados, solomillo al whisky entre otras cosas.
Después de haber comido como pelón de hospicio y pagar la cuenta por supuesto, nos fuimos a caminar a orillas del río Guadalquivir, donde lo primero que nos encontramos fue la majestuosa Torre del Loro (sí, ya sé que es Torre del Oro, pero de la otra forma se oye mejor), de la cual poca gente sabe (incluso andaluces), que su planta fue construida basándose en la Torre de Espantaperros de Badajó. Jajajaja, espantaperros. Háganme el desgraciado favor!!! Y a propósito de espantaperros, ahora mismo me acordé que es justo lo que le hizo falta a Mario Wey durante el viaje, por su experiencia extrasensorial del cuarto tipo, con un cuadrúpedo minúsculo (vamos, ese perro más bien parecía rata pues un chihuahua era sustancialmente más grande), que lo asustaba cada mañana con sus potentes ladridos, al salir por la ventana de una de las casas cercanas al hostal donde nos hospedábamos.
Y regresando a lo de la Torre del Loro, se tomaron las fotos correspondientes, las cuales no mostraré, pero lo importante es que seguimos nuestro camino por la orilla del río, hasta que llegamos a La Maestranza, donde solía reunirme en antaño con los viejos amigos andaluces. En la foto DSC00155 muestro justamente cómo los guiris hacen mal un pase de torero (o toreador como dice mi amigo Marco Emilio Rodríguez: otro andaluz a quien no conocen pero a quien copié en la notificación de la presente reseña) y en la foto DSC00157 Mario Wey nos ejemplifica cómo sí debe realizarse dicha maniobra.
Al poco tiempo nos decidimos a regresar por el mismo camino por el que íbamos caminando, pero esta vez elegimos volver andando. El objetivo era sentarnos en una terracita para echar otras cañitas para saciar la sed que nos consumía, debido al intenso calor del sur de la península. Ahí estuvimos en amena charla un buen rato. Bueno, yo no, porque me puse a tomar el sol en una repisa, ya que como soy de un país nórdico, la gente suele decirme que estoy demasiado blanco, entonces la idea era agarrar un poco de color. Jajajaja, como comentario fuera de contexto, unos días después de que regresamos del viaje, la güerita (María), quien no fue a Sevilla por asistir al bautizo de su primo, me sugirió que yo había vuelto negro. Francamente, no entendí el comentario.
En fin, que después de una tarde muy agradable amenizada por las historias de Siucho sobre sus inversiones mundiales y en particular, el establecimiento de una Unidad de Negocio de su emporio “San Martín” en suelo sevillano, nos dispusimos a retirarnos a descansar un poco al hostal. Sólo nos quedaba alrededor de una hora y media para dormir un poco y ducharnos. Ja, creo que dormí sólo cuarenta minutos, pues estaba aún lleno del gran festín que degustamos al medio día, además de que estaba realmente emocionado porque Carmen (sí, la de Badajó) nos llevaría a presenciar un espectáculo de flamenquito. Después de ducharme y ataviarme como todo un sevillano pijo (véase la foto n501172745_919834_639) y de dejar la tina (o bañera, como le dicen acá) o más bien, el baño como una alberca (o piscina, como le dicen acá), me dispuse a salir a tomar el sereno y a esperar al resto de los involucrados.
Como las niñas tardaban demasiado, un selecto grupo de caballeros andantes, decidimos ir en busca de Carmen (sí, la de Badajó) y El Néhhtor, al otro lado del puente que cruza el río Guadalquivir, justo en el barrio de Triana, pues no queríamos hacerle esperar y desatar su furia implacable. Para nuestra sorpresa, ella misma fue la última en llegar. Hay que ver ehhh, cómo es la gente!!!! En fin, que mientras esperábamos, no perdimos el tiempo y entramos a un bar a echar unas cañitas, pues aunque ya era de noche, el calor de Sevilla aún se hacía sentir.
Cuando todo el grupo estaba ya reunido, nos dispusimos a ir nuevamente de tapas a uno de los lugares más tradicionales del barrio de Triana, pero dado que nuestro grupo era muy numeroso, tuvimos que repartirnos en dos locales contiguos. Por un lado estaba la mexican gang con Jorge Ferrer y por el otro, el resto del grupo. En este punto de la historia sólo puedo contar lo que pasó en el bar en el que me encontraba. Pedimos tapas a lo bestia: solomillo al whisky, papas con huevo, champiñones, algo de pescado que no se qué era y otras cosas que no recuerdo. El pan que acompañaba las tapas era exquisito, cabe señalar. Al final entre tanta comida y tanta cerveza, nuevamente mi depósito de combustible se llenó, de manera que en lugar de seguir comiendo o bebiendo, nos pusimos a charlar con el sujeto que atendía la barra. Era un tipo bien mamado (o cachitas, como le dicen acá) y simpático (o cachondo, como le dicen acá), de manera que el buen Mario Wey lo retó a unas fuercitas (o pulso, como le dicen acá), pero al ver los grandes tumores que cubrían los brazos del mexicano, no tuvo más remedio que darse por vencido antes de siquiera comenzar la competencia (o competición, como le dicen acá). Jajajaja, eso estuvo muy divertido, además de la mezcla de vulgaridades verbales hispanas y mexicanas que se compartieron en tan ameno sitio (no serán reproducidas en el presente escrito, para no transgredir las buenas costumbres de la familia mexicana). Luego de un tiempo, decidimos ir al otro local a ver qué pasaba con el resto del grupo. Para nuestra sorpresa y justo al llegar, nos encontramos que aún no terminaban de cenar y estaban llegando 2 o 3 platos de tapas calientes a una de las mesas, los cuales se apresuraron a terminar, para poder irnos al espectáculo de flamenco que estaba a punto de comenzar.
Llegamos al lugar indicado, justo a orillas del río y estaba a reventar (o petado, como le dicen acá) y de pronto pensamos que el tipo de la puerta no nos dejaría entrar por haber tanta afluencia. Pero como han de recordar, yo iba ataviado a la usanza del sevillano pijo, de manera que bajo mi manto, no tuvimos problemas para entrar, ya que seguramente fui confundido con algún personaje famoso de La Maestranza. La mayoría del grupo fue inmediatamente a ver el espectáculo, mientras Mario Wey, Siucho, Bárbara y yo charlábamos amenamente sobre negocios y algunos otros temas de interés. La verdad es que yo no quería que la peña me reconociera como el buen “cantaor y bailaor” que soy. Al final todo fue inevitable. El duende me llamaba insistentemente, hasta que sucumbí y el ritmo flamenco me llamó hacia el escenario, donde acompañaba la música al gran ritmo de mis palmas.
Poco después, una bella joven de unos 24 (veinticuatro; no más) años, con una piel blanca y tersa como la luna, además de una cabellera negra y lisa como una cascada de ébano (no hay fotos disponibles de ella), se sintió directamente atraída por mi encanto de torero. Inmediatamente fue hacia a mí, suplicando que compartiera con ella un poco de baile flamenco. Como todo caballero que soy, no pude negarme a tan sutil ruego, de manera que el duende salió por completo, haciendo gala de mis dotes de bailaor. Inmediatamente el sitio se vio impresionado por la demostración impecable de la pareja en cuestión y al cabo de unos segundos, había prácticamente un círculo de gente bastante amplio alrededor nuestro, contemplando la maestría de nuestro sugerente baile. Un paso izquierdo, un paso derecho, una mirada intensa, un pase torero y algunos movimientos de brazos y manos con el sentimiento adecuado, nos hicieron acreedores al gran aplauso y ovación de la gente al finalizar la melodía. Al final, nos despedimos con un par de besos mientras noté cómo ella discretamente metió algo en el bolsillo de mi pantalón. Poco después caí en cuenta que aquello eran unas llaves. No más comentarios al respecto.
Al culminar aquella noche de forma dramática, Kathy-lín, quien desde el día anterior no se encontraba muy bien de salud, quería retirarse a sus aposentos. Como buen caballero que soy, me ofrecí a acompañarle a su hotel. Mentira, no soy ningún caballero: la verdad es que Regina me obligó a acompañarles. Por otro lado y dado mi mal sentido de orientación por las calles de Sevilla, Amaiiita se ofreció a guiarnos junto con George (el colombiano) hasta el hostal. Yo iba muy animado cantando y bailando por la calle hasta que llegamos al hotel. Yo elegí esperar fuera del hostal para ejercer presión e irnos inmediatamente hacia alguna discoteca de moda a seguir disfrutando de la noche sevillana. Uno, dos, cinco, diez, veinte y treinta minutos fue lo que tuve que esperar fuera, hasta que la gente se dignó a salir. Vi pasar de todo: señoras blasfemando, perros sin correa, parejas de novios en actitud sospechosa, sevillanos pronunciando bien la “S”, la “C” y la “Z”, en fin, de tooodooo. Para ese entonces todo el ánimo ya se me había esfumado y lo único que quería era dormir, pero como soy un facilote, no me insistieron mucho para ir a bailar.
Nos encontramos con el resto de la gente y algunos sevillanos en un sitio estratégico, y nos dispusimos a ir a buscar un sitio guay. Caminamos uno, dos, cinco, diez, veinte y treinta minutos, hasta que cualquier indicio de alcohol que tuviésemos en la sangre, se nos había esfumado por completo. Creo que nos recorrimos media Sevilla, hasta que al final encontramos un sitio abierto, llamado Moma (sí, como el de Madrid). Entramos y todo parecía de lo más normal: sevillanas súper guapas, chicos con el pelo engominado (como el de Javi Conde) y música tradicional mexicana, pero con ritmos electrónicos. El sitio tenía muy buena música, las copas no eran del todo caras y además te las servían en Copas Bola (como las de Acapulco), así que recuperar el nivel de alcohol en la sangre estaba garantizado. Apenas llevaba poco menos de la mitad de mi copa consumida, cuando de repente, todo el grupo empieza a agitarse y a querer irse. En realidad se trataba de una discoteca gay. Asumo que los que nos llevaron entendieron “lugar gay”, en vez de “lugar guay” como les habíamos dicho…
Al salir, todos estábamos exhaustos por el viaje, la salida de la noche anterior y la gran caminata durante el día, así que prestos nos fuimos al hostal, donde dormimos como bebés.
A la mañana siguiente, hicimos una redistribución de los pasajeros de cada una de las furgonetas y los más aventureros fuimos a desayunar churros con chocolate, huevos fritos con tocino (o beicon, como le dicen acá), mientras reíamos en una amena charla sobre los acontecimientos de la noche anterior. Al terminar, fuimos a conocer la Plaza de España (la cual no conocí en mi anterior viaje a Sevilla) y que a propios y extraños nos pareció genial. Justo cuando nos retirábamos de ahí, a Mario, Manrique y Raimundo les leyó la mano una gitana y mira qué sorpresas nos da la vida. Los tres eran más parecidos de lo que creían: a todos ellos les iría muy bien en la vida. La única característica no común fue la que le auguraron a Raimundo, al decirle que estaba “muy guapo” (háganme el desgraciado favor!!!). Bueno, según Mario, a él también le dijeron esto último, pero todos sabemos que eso no es verdad.
Ya acercándose la hora de nuestra partida, nos encontramos fuera de la catedral con Amaiita, Gabo, George (el colombiano) y Xavi. Poco después fuimos hacia la furgo y ahí nos encontramos con Carmen (sí, la de Badajó), quien era el último elemento que faltaba para emprender el camino de regreso a Madrí. Esta vez no fui de copiloto pues iba algo cansado, de manera que me instalé justo detrás del piloto, para que me tocara ventanilla y pudiese ver el paisaje (justo como cuando era apenas un querubín y pedía ventanilla en el avión; bueno, en realidad lo sigo haciendo).
Una vez más, Mario Wey no desistió a su propósito de emborracharme, no sin antes volver a ponerme mi singular traje de Coordinador de Tráfico para estar preparado ante cualquier imprevisto, así que en un vaso de Burger King con escasos 3 hielos derretidos, vació casi toda la botella que sobraba de whisky y a manera de Happy Meal, ahí me tenían bebiendo whisky con popote (o pajita, como le dicen acá). La tripulación de la cabina encendió el iPod y todos comenzamos a acompañar la música de Celine Dion, El Canto del Loco y Coldplay al ritmo de las palmas, al más puro estilo sevillano. Esa fue la constante de todo el viaje, mientras que con Mamen íbamos recordando aquellos viejos tiempos que nos había regalado Andalucía en los años ochenta, mientras crecíamos y corríamos por los campos de olivos, o aquellas remembranzas de la Feria de Sevilla, la expo de algunos años atrás, entre otras cosas. Cabe mencionar que Mario no dejó de rellenarme el vaso del Burger King, hasta que no me acabé la botella (que no era tanto por cierto); incluso todos los hielos ya se habían consumido y todo lo bebía a temperatura ambiente, a la usanza de la gente de los High Lands, en Escocia. Finalmente divisamos la plaza de toros de Ventas en Madrid, lo cual era signo de que la gran aventura había terminado.
Y es aquí estimado lector, donde se han de quedar intrigados sobre mis nuevas aventuras. En realidad, serán historias retroactivas, pues aún me quedan pendientes dos de la India, pero como ya hace más de un año que pasaron, preferí escribir esta primero, para evitar que se me olvide todo y tenga que inventármelo, como lo haré con las historias indianas que tengo en lista de espera.
Y para los asistentes al viaje, recuerden que: “Sevilla tiene un colóóóóóóó ehhhhpeciaaaaalll, Sevilla sigueee tenieeeendo su duendeeee, meeee sigue olieeeeendo a azahaaaaa, cómo me gusta su genteee!!!!!” (al fondo se oye el sonido de las palmas: “CLAAAP clap clap, CLAAAP clap clap, CLAAAP clap clap…”).
Saludos,
Morenito Groovy